domingo, 7 de septiembre de 2025

Los fundamentos de la formación

Romano Guardini fue un gran pensador y educador. En su obra se esfuerza por señalar los fundamentos antropológicos y éticos de la formación en general, y también de la formación cristiana (*).

Entiende que lo propio de la tarea educativa, y por tanto de la ciencia pedagógica es ayudar en la dinámica humana del llegar a ser (o devenir). Y hacerlo en relación con lo que no soy (todo lo que hay frente a mí: las personas, el mundo y sobre todo Dios), para convertirlo, poniendo en juego mi libertad, en contenido de mi vida. “En esta doble dialéctica y en sus direcciones de movimiento, se basa todo el impulso formativo”. Se trata de fomentar el “tránsito de lo viviente posible a lo viviente real”.

Crítica este autor tres concepciones insuficientes de la formación, que han atravesado la historia humana, pero son insuficientes de por sí: 1) el centrarse en el puro conocimiento (pues este no garantiza la sabiduría, y tiende a abandonar la vida real); 2) el buscar la pura ética o el valor moral (lo que es empobrecedor porque inhibe la plenitud humana y cultural); 3) el fomentar solo la plenitud natural, biológica y estética (lo que pude caer en lo infrahumano). 

A estas concepciones y a otras de tipo social, económico o político les falta, según Guardini, lo específicamente pedagógico. Pues, como en otros seres, lo propio del hombre es la configuración de su propio ser, la forma que le corresponde. Y lo demás está incluido en esto.


Dos dimensiones y dos “pedagogías”: identidad y servicio

En esta estructura propia de la persona humana, destaca Guardini dos dimensiones o componentes: el elemento inmanente (que le lleva a perfeccionarse a sí misma desde sus propias estructuras) y el elemento trascendente (que le lleva a perfeccionarse saliendo de sí misma hacia el mundo exterior y hacia Dios).

El elemento imanente, a su vez, está constituido por la tensión entre dos polos: la forma humana esencial y la plenitud o movimiento existencial.

La forma humana contiene tanto lo biológico y lo psíquico como lo espiritual: la conciencia, la libertad, la iniciativa, la decisión y la acción; y está abierta a los demás, al mundo y a Dios. La plenitud de esta forma está en la vida de la gracia, que le otorga una semejanza con el ser divino. Para Guardini la forma del hombre constituye el primer fundamento de lo pedagógico.

Pero no debe entenderse esta “forma” según un canon abstracto, una norma universal establecida a priori, y en todo caso separada de las situaciones concretas en que se encuentra la persona. Si se entendiera así, una pedagogía centrada en la forma humana destruiría la auténticamente humano, e incluso podría hacer de esa idea o valor abstracto algo así como un dios.

Tampoco cabe suprimir la forma y quedarse solo con las situaciones concretas, en una perspectiva “actualista” (lo propio humano sería simplemente enfrentarse sucesivamente con las acciones aisladas) o existencialista; pues esto no tiene en cuenta que la persona pide una continuidad en el ser y en el hacer; y también esto puede llevar a un sentido trágico de la existencia.

Precisamente lo propio de la pedagogía es comprender y trabajar ayudando a la persona a situarse en la intersección entre esos dos polos: forma y movimiento, identidad (abierta a la libertad) y desarrollo (siempre desde la posesión de sí misma). Subraya Guardini que la formación (la ayuda para lograr a llegar a la plenitud de la forma) no debe dirigirse a configurar la persona según una forma subjetivista o egocéntrica, sino abierta a lo “objetivo” de los demás, de Dios y del mundo. Y con ello tenemos el elemento trascendente de la pedagogía.

Por eso la “pedagogía de la identidad” debe ir unida a una “pedagogía del servicio”, que comienza por la aceptación de sí mismo, de las personas y de las cosas no como uno las considere o valore, sino en sí mismas (según sus leyes y valores reales y objetivos) y continúa por el servicio a las necesidades, peticiones y valores del “objeto”, constituido por la realidad que no es ella misma.


Riesgos o límites de estas “pedagogías”

Tambien cada una de esas “pedagogías” tiene sus riesgos o límites. La pedagogía de la inmanencia o de la identidad “tiene el peligro de empobrecer a la persona, encerrarla en sí misma. Por eso necesita como contrapartida la otra pedagogía de la aceptación y del servicio . Y así podrá desarrollar las “virtudes del carácter”: disciplina, diligencia, fidelidad, responsabilidad, fiabilidad, justicia, sensatez y mesura; y más de fondo, el auténtico hacerse a sí mismo, que solo puede realizarse por la auténtica entrega al "tú".

En cuanto a la pedagogía de la trascendencia o del servicio, tiene el límite relacionado con el orden que me impida caer en el caos, al relacionarme con las cosas, perjudicando mi identidad. Esto se puede resolver teniendo en cuenta el contrapunto de la otra dimensión: la pedagogía de la identidad constituida por el juego entre forma y movimiento o plenitud.


Orden, decisiones, discernimiento

En definitiva, para Guardini, los tres puntos de vista descritos (la forma, el movimiento y el servicio) expresan tres estructuras y posibilidades de la pedagogía que no pueden separarse porque se complementan necesariamente. La elección del orden que deben guardar en el acto pedagógico concreto puede variar, y depende de las decisiones del sujeto (de la persona o del educador) en las situaciones particulares, en determinadas temporadas, o en la relación con la vida en su conjunto. (De ahí la importancia, podríamos decir por nuestra parte, del discernimiento educativo en el educador y de que este enseñe a la persona a discernir a la hora de su actuar).

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(*) Hay sustancial acuerdo en que el ensayo del autor más acabado sobre este tema es “Fundamentación de la teoría de la formación”. Ver la traducción al castellano de Sergio Sánchez Migallón con el estudio introductorio de Rafael Fayos Febrer, Romano Guardini, Fundamentación de la teoría de la formación, Eunsa, Pamplona 2020.
         Entre la abundante bibliografía sobre su pensamiento y su actualidad, cabe citar la breve introducción de A. López Quintás, “La revitalización de un gran maestro”, en Humanitas 9 (2004) n. 34, 278-285.

martes, 2 de septiembre de 2025

Dejarse curar por Jesús


¿Por qué necesitamos dejarnos curar y contribuir a curar a los demás? Porque somos vulnerables. Sólo quien carece de experiencia o de conocimiento de sí mismo y de los otros puede desconocer esta necesidad.

Dentro del ciclo de catequesis correspondiente al Jubileo 2025 (“Jesucristo nuestra esperanza”), León XIV ha culminado, en el medio del verano, el itinerario de la vida publica de Jesús (encuentros, parábolas y curaciones), dedicando cuatro miércoles a las curaciones: Bartimeo, el paralítico de la piscina, la hemorroísa y la hija de Jairo, el sordomudo.


Bartimeo: levantarse ante Jesús que pasa y llama

En su camino a Jerusalén, Jesús se encuentra con Bartimeo, un ciego y mendigoo (cf. Audiencia general, 11-VI-2025). Su nombre significa hijo de Timeo, pero también hijo del homor o de la admiración Y ello nos sugiere que “Bartimeo –por su dramática situación, su soledad y su actitud inmóvil, como observa san Agustín– no consigue vivir lo que está llamado a ser”.

Sentado al borde del camino, Bartimeo necesita que alguien lo levante y lo ayude a salir de su situación y seguir caminando. Y para ello hace lo que sabe hacer: pedir y gritar. Es una lección para nosotros. “Si realmente deseas algo –nos propone el Papa–, haz todo lo posible por conseguirlo, incluso cuando los demás te reprenden, te humillan y te dicen que lo dejes. Si realmente lo deseas, ¡sigue gritando!”

De hecho, el grito de Bartimeo, “¡Hijo de David, Jesús, ten piedad de mí!” (Mc 10, 47)– se ha convertido en una oración muy conocida en la tradición oriental, que también nosotros podemos utilizar: “Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, que soy pecador”.

Bartimeo es ciego, pero, paradójicamente, ve mejor que los demás y reconoce quién es Jesús. Ante su grito, Jesús se detiene y lo llama; “porque –observa el sucesor de Pedro– no hay ningún grito que Dios no escuche, incluso cuando no somos conscientes de dirigirnos a Él”.

martes, 8 de julio de 2025

Las parábolas y los movimientos eclesiales





Van Gogh, El sembrador al atardecer, 1888

¿Qué tienen en común las parábolas del Evangelio con los movimientos eclesiales? Pues que en ambos casos actúa el Espíritu Santo, para fomentar la conversión personal y la misión de la Iglesia.

¿Hasta qué punto nos dejamos sorprender por la predicación de Jesús en los Evangelios? ¿Somos conscientes del impulso que el Espíritu Santo está imprimiendo a la Iglesia a través de los movimientos eclesiales? Son dos preguntas que pueden centrar algunas de las enseñanzas de León XIV en estas semanas.

La actividad magisterial del Papa continúa tomando fuerza e intensidad, atendiendo a las necesidades del Pueblo de Dios y de la sociedad civil, que no son pocas. De esta manera sigue pulsando los “primeros acordes” de su pontificado, que le invitan a prodigarse en su solicitud por todos. Y todo ello en el marco del año jubilar, que convoca en Roma a fieles católicos y otras personas de diversa condición, agrupados con frecuencia según los servicios que prestan a la Iglesia y al mundo.

Presentamos aquí sus tres catequesis sobre algunas parábolas de Jesús y los discursos que León XIV ha  dirigido a los movimientos eclesiales con motivo de su participación en el Jubileo.


Las parábolas nos interpelan

Jesús desea personalizar su mensaje y por ello sus enseñanzas tienen un carácter que hoy podríamos llamar antropológico o personalista, experiencial y a la vez interpelador, para cada uno de los que le escuchaban y también hoy para nosotros.

De hecho, observa León XIV que el término parábola viene del verbo griego ”paraballein”, que significa ”lanzar delante”: “La parábola me lanza delante una palabra que me provoca y me empuja a interrogarme”.

Al mismo tiempo, es interesante que el Papa se fije en ciertos aspectos siempre sorprendentes de los pasajes del Evangelio.

lunes, 2 de junio de 2025

León XIV: tras las huellas del Vaticano II

(Publicado en la web de "Omnes", 1-VI-2025)


 En pocas semanas hemos recibido ya muchas enseñanzas del nuevo Papa, León XIV. Los primeros días, sus palabras eran examinadas cuidadosamente por todos, para avizorar las claves y orientaciones de su pontificado.

¿Por dónde guiará a la Iglesia el nuevo pontífice?, queríamos saber. Pues bien, el mismo León XIV ha sido suficientemente explícito al respecto. A sus primeras palabras, desde la logia central del Vaticano el día de su elección, han seguido intervenciones clarificadoras.

Presentamos aquí esas primeras palabras, la homilía en la Misa con los cardenales y el discurso en el posterior encuentro con ellos y, finalmente, la homilía en el inicio del ministerio petrino.


Cristo resucitado trae la paz y la unidad

Como un eco de las de Cristo el día de su Resurrección, las palabras del nuevo Papa liberaron el aliento contenido de todos en la plaza del Vaticano (8-V-2022): “¡La paz esté con todos ustedes! Queridos hermanos y hermanas, este es el primer saludo del Cristo Resucitado, el buen pastor que dio su vida por el rebaño de Dios. Yo también quisiera que este saludo de paz entrara en sus corazones, alcanzara a sus familias, a todas las personas, dondequiera que se encuentren, a todos los pueblos, a toda la tierra. ¡La paz esté con ustedes!”

No se trata de cualquier paz, sino de la paz de Cristo Resucitado: “una paz desarmada y desarmante, humilde y perseverante”, que proviene de Dios, quien nos ama a todos incondicionalmente.

Como Francisco, a quien el nuevo Papa evocó en su primera bendición a Roma y al mundo entero, también León XIV desea bendecir y asegurar al mundo la bendición de Dios y el amor de Dios, y su necesidad de seguir a Cristo:

El mundo necesita su luz. La humanidad lo necesita como puente para ser alcanzada por Dios y por su amor. Ayúdenos también ustedes, y ayúdense unos a otros a construir puentes, con el diálogo, con el encuentro, uniéndonos todos para ser un solo pueblo siempre en paz. ¡Gracias al Papa Francisco!”.

Agradeció a los cardenales el haberle elegido y propuso “caminar (…) como Iglesia unida, buscando siempre la paz, la justicia, tratando siempre de trabajar como hombres y mujeres fieles a Jesucristo, sin miedo, para proclamar el Evangelio, para ser misioneros”.

Declaró como hijo de san Agustín: “Con ustedes soy cristiano y para ustedes obispo”. Y añadió: “En este sentido, todos podemos caminar juntos hacia la patria que Dios nos ha preparado”. Y saludó especialmente a la Iglesia en Roma, que debe ser misionera, constructora de puentes, con los brazos abiertos a todos, como la plaza de san Pedro.

A Roma ha llegado desde Chiclayo (Perú) donde estuvo ocho años como obispo y lo recuerda –y es recordado allí– con afecto: “donde un pueblo fiel ha acompañado a su obispo, ha compartido su fe y ha dado tanto, tanto para seguir siendo Iglesia fiel de Jesucristo”.

Expresó su deseo de caminar juntos, tanto en Chiclayo como en Roma. Con ello enlazó: “Queremos ser una Iglesia sinodal, una Iglesia que camina, una Iglesia que busca siempre la paz, que busca siempre la caridad, que busca siempre estar cercana especialmente a los que sufren”.

Y terminó invocando a la Virgen de Pompeya, cuya advocación se celebraba ese día.

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miércoles, 21 de mayo de 2025

Del asombro a la coherencia

 (Actualidad de Nicea para la educación de la fe) *


Icono conmemorativo del primer Concilio de Nicea
(fuente: Wikipedia)

El 20 de mayo el mundo cristiano celebra los 1700 años del primer Concilio de Nicea, también primer concilio ecuménico. En él se declaró que Jesucristo es Dios (verdadero Dios y verdadero hombre), hijo eterno de Dios (homousios = de la misma naturaleza del Padre) y hecho hombre por nuestra salvación. La filiación divina de Jesús nos ha hecho hijos en Él y hermanos entre nosotros, especialmente los cristianos.

Esto ha tenido y sigue teniendo grandes consecuencias para la historia y la cultura, a través de la vida cristiana, como se apunta en el documento de la Comisión Teológica Internacional, “Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador: 1700 años del Concilio Ecuménico de Nicea (325-2025)”. Nos limitamos aquí a señalar algunas implicaciones educativas de las conclusiones del texto (cf. nn 121-124).



Belleza, asombro

Ante todo, el camino de la belleza. Se dice que esta celebración “es una invitación apremiante para que la Iglesia redescubra el tesoro que se le ha confiado y aproveche para compartirlo con alegría, en un nuevo impulso, incluso en una ‘nueva etapa de evangelización’”, con palabras del Papa Francisco. Sin duda con implicaciones educativas.

Lo primero que propone es “dejarnos asombrar por la inmensidad de Cristo para que todos queden maravillados; reavivar el fuego de nuestro amor al Señor Jesús, para que todos puedan arder de amor por él. Nada ni nadie es más hermoso, más vivificante, más necesario que Él”, como ya dijo Dostoievski.

En efecto, ¿cómo es posible acostumbrarse a que Dios se haya unido, en Cristo, a la humanidad para llevarla a la plenitud de la vocación humana, y, además, de modo que nos ha hecho hijos amados y hermanos en la familia de Dios mediante el Espíritu Santo?

Y por eso: “Quienes han visto la gloria (doxa) de Cristo pueden cantarla y dejar que la doxología se convierta en anuncio generoso y fraterno, es decir, en kerigma”.

sábado, 17 de mayo de 2025

Contigo, todo comienza de nuevo



En la vigilia pascual pasada (celebrada por el cardenal Giovanni Baptista Re), la homilía del Papa Francisco considera el signo litúrgico de la llama que desde el cirio pascual, de manera discreta y humilde, termina iluminando todo.


Como un pequeño brote de luz

“La Pascua del Señor no es un evento espectacular con el que Dios se impone y obliga a creer en Él; no es una meta que Jesús alcanza por un camino fácil, esquivando el Calvario; y tampoco nosotros podemos vivirla de manera despreocupada y sin dudas interiores”. De hecho y por el contrario, “la Resurrección es como pequeños brotes de luz que se abren paso poco a poco, sin hacer ruido, a veces todavía amenazados por la noche y la incredulidad”.

El estilo de Dios, señala el obispo de Roma, no es resolverlo todo mágicamente. Por eso, ante la muerte y el mal, el egoísmo y la violencia, hemos de confiar en la esperanza de la Pascua, y llevarla a los demás “con nuestras palabras, con nuestros pequeños gestos cotidianos, con nuestras decisiones inspiradas en el Evangelio”. Así anunciamos la presencia de un nuevo comienzo, un “clarear en la oscuridad”, incluso ahí donde parece imposible.

“En Jesús Resucitado tenemos, en efecto, la certeza de que nuestra historia personal y el camino de la humanidad, aunque todavía inmersos en una noche donde las luces parecen débiles, están en las manos de Dios; y Él, en su gran amor, no nos dejará tambalear ni permitirá que el mal tenga la última palabra”.

Y concluye Francisco con una exhortación: “¡Hagámosle espacio a la luz del Resucitado! Y nos convertiremos en constructores de esperanza para el mundo”.


Buscarlo en la vida

Finalmente, en la homilía de la misa de resurrección (20 de abril), leída por el cardenal Angelo Comastri, Francisco nos animaba, en su última homilía, a buscar al Señor sin cansancio, siempre de nuevo, porque con Él comienza todo de nuevo. De hecho, en los relatos de la resurrección “todos los protagonistas corren”, quizá por la preocupación de que quizá se han llevado el cuerpo del Maestro, y sobre todo, “por el deseo, el impulso del corazón, la actitud interior de quien se pone en búsqueda de Jesús”.

En todo caso, no hay que buscarlo en el sepulcro, porque ya no está allí, sino en la vida. “Porque si ha resucitado de entre los muertos, entonces Él está presente en todas partes, habita entre nosotros, se esconde y se revela también hoy en las hermanas y los hermanos que encontramos en el camino, en las situaciones más anónimas e imprevisibles de nuestra vida. Él está vivo y permanece siempre con nosotros, llorando las lágrimas de quien sufre y multiplicando la belleza de la vida en los pequeños gestos de amor de cada uno de nosotros”.

“En Jesucristo lo tenemos todo”, decía Henri de Lubac. Jesús, señala Francisco, abre nuestra vida a la esperanza, y con Él se renueva nuestra vida. Y acaba pidiendo para todos nosotros el asombro de la fe pascual “porque contigo, Señor, todo es nuevo. Contigo, todo comienza de nuevo”. Así también hemos pedido que lo sea para el Papa Francisco. Descanse en la paz de Cristo y de su Madre.

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(*) Fragmento de un texto más amplio publicado en la revista "Omnes" (mayo del 2025) bajo el título "Hacer espacio a la luz". 

viernes, 16 de mayo de 2025

El camino evangelizador de Francisco

(publicado en la revista "Omnes", mayo de 2025)

El camino de Francisco, también en su magisterio doctrinal, ha sido un camino en cierto modo sorprendente –para quien lo sepa mirar con los ojos de la sencillez propia de la sabiduría–, como el de Cristo, y evangelizador. Aquí sugerimos las que pueden considerarse como principales luces de ese camino. Nos limitamos a sus encíclicas y exhortaciones apostólicas. 



La fe transforma porque abre al amor

La encíclica Lumen fidei (“La luz de la fe”, 2013) fue realizada, en cierto sentido,  como discreto broche, pero broche de oro, del pensamiento y doctrina del papa Ratzinger, que aparece con la colaboración y la firma de Francisco.

Presenta la fe cristiana como luz que hace vivir, porque en ella “se nos ha dado un gran Amor” que “nos transforma, ilumina el camino y hace crecer en nosotros las alas de la esperanza para poder recorrerlo con alegría” (n. 7)

La fe amplía el conocimiento de la verdad y trasnforma toda la persona. ¿Pero cómo lo hace? Sorprendentemente, afirma el texto: "La fe transforma toda la persona precisamente porque la fe se abre al amor” (n. 26), y así puede ayudar a ensanchar la razón. Y así, la fe cristiana, vivida realmente en la práctica, transforma la vida personal, familiar y social, la relación con la naturaleza y el sentido tanto de la alegría como del sufrimiento.